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Un celebre pesquin
Un celebre pesquin y un portentoso sermón El 10 de marzo de 1858 fue la batalla de Arroyo Feo, conocida más comúnmente por la Guerra de la Coalición, en la que contendieron liberales y conservadores, decidiéndose el triunfo por las fuerzas conservadoras. Como es sabido, Los Estados de Guanajuato, Jalisco, Zacatecas, San Luis Potosí, Michoacán y Aguascalientes formaron una coalición para oponerse al Plan de Tacubaya, reuniendo 7, 000 hombres con treinta piezas de artillería, que pusieron al mando del general don Anastasio Parrodi, que se situó en Celaya el 8 de marzo, donde fue sometido por el general don Luis G. Osollo, que traía 5, 400 soldados; pero habiéndose retirado a Salamanca, en Arroyo Feo se trabó un reñido combate, declarándose el triunfo por el partido conservador. Dícese que se debió a que Parrodi permaneció varios días inactivo, dejando que Osollo aumentara sus elementos de guerra, la falta del general don Mariano Moret de no haber sostenido la carga de caballería como se le había ordenado, y la conducta de don Manuel Doblado, que se mantuvo expectante, no explicándose su proceder.El coronel don José María Calderón, valiente y pundonoroso liberal, perdió la vida en la batalle en una brillante carga de caballería y sus amigos trataron de darle honrosa sepultura en sagrado; pero don Luis Saavedra, cura de Salamanca, se opuso tenazmente, diciendo que no lo permitiría.El general don Luis G: Osollo, al saberlo, montó en cólera, pues aunque conservador por pertenecer al ejército de Zuloaga, era un liberal en sus ideas. El triunfo de la batalla lo hacía aparecer magnánimo y dirigiéndose al señor cura Saavedra le participó que, si no permitía la sepultura en lugar sacro al cadáver de don José María Calderón, tendría que fusilarlo en la plaza para escarmiento.Esta intimación hizo que don Luis Saavedra diera su brazo a torcer y el cadáver de uno de los más leales defensores de la Constitución reposó al pie del altar mayor de la antigua capilla del caposanto de San Antonio; en la lápida que cubrió sus restos, se puso la siguiente inscripción:A LA MEMORIA DELSEÑOR CORONEL JOSE MARIA CALDERONMurió como nació, valiente y caballero,Su amigo y compañero,- VALENTE MEJIA.10 de marzo de 1858.Don Luis Saavedra fue un hombre muy inteligente y progresista; impulsó con tesón el desarrollo de la industria sobre la fabricación de la porcelana. En el museo de Guadalajara existe cerámica que aún se admira, procedente de las fábricas salmantinas. Es conocido el hecho de que una persona, al ver una estatua de cupido cubierta con un velo de punto, quiso alzar éste, que se hizo pedazos, pues también era de porcelana hecha filigrana. Casi puede decirse que en toda la República fue el único que en aquellos tiempos consiguió gran perfección en los procedimientos, considerándosele como uno de los elementos más conspicuos para su florecimiento y desarrollo.Por otra parte, era reconocida su intelectualidad; gozaba, además, de gran prestigio y respeto, así es que la orden de Osollo lo puso altamente disgustado.Pero no acaban sus mortificaciones: pocos días después, una mañana, al dirigirse el señor cura Saavedra a decir la misa de siete en el templo antiguo del Señor del Hospital, habalanceando su cuerpo en un modo peculiar de andar, arrastrando sus pasos de sexagenario e inclinada la cabeza blanca sobre el pecho no reparó en el concurso de gente que se apretaba ante la puerta principal del templo, curioseando un pasquín; pero al entrar al interior del sagrado recinto, vió junto a la pileta del agua bendita un segundo grupo, que acabó por llamarle la atención, pudiendo leer las siguientes palabras en un similar papel:Por Palma de CalderónAunque de ornamento blancode esta misa hago intenciónpara contentar al manco.En sabido que a Osollo le faltaba un brazo.Montó en cólera el señor cura y al instante se dirigió al convento de San Agustín, cuyo Padre Provincial era fray Angel Gasca, a ponerlo al tanto de lo que ocurría. Recelaba de cierto clérigo de apellido villaseñor, conocido por el Padre Villa, muy afecto a las buenas mozas, al vino y también al alburito; referíase que le gustaban las tres bes al par del alma, tanto, que por su conducta no se le confirieron nunca las sagradas órdenes. Además, el tal padrecito era muy amante de la poesía y era proverbial su facilidad para componer sonetos, así como por lo rápido de su inspiración. Transcribió en seguida dos sonetos, uno dedicado a una fiesta de barrio y el otro demasiado curioso por su desconcertante final.LA SIRANGUACorramos todos con afán y gozoDemostrando entusiasmo y alegríaPara admirar en tan risueño díaDe San Antonio el barrio bulliciosoUn rato allí tendremos de reposo,De la música oiremos la armonía;Nos causará ilusión la simpatíaDel nexo femenino, tan hermoso Por todos los difuntos ya rezamosPor ellos dirigimos un momento ,Nuestras velas y ofrendas consumamos... Hoy por lo mismo, sin ningún tormentoA divertir tan sólo nos juntamosEn medio del placer y del contento AL SEÑOR DEL HOSPITAL He aquí al Galileo crucificado,Todo su cuerpo en llaga convertido;Su rostro encarnizado y escupido,Su pelo y barba todo condenado Por su labio sediento, amoratado,Muestra sus dientes de marfil pulidoAgonizante de dolor, transido,Y a horroroso suplicio condenado. ¿Y quién lo puso en tan menguada cuita?¿Y quién lo colocó en ese madero?¿Y quién martirizó su Faz bendita? Problema de dolor que sólo infiero:¡La culpa atroz e iniquidad malditapor redimir a tanto majadero! Era tan fácil la verificación del padre Villa, que en una ocasión, en la taberna de don Guadalupe Partida, conocida por el Cantón de don Lupe , que quedabas en la calle primera de Tomasa Esteves, casa que fue después propiedad de don Ismael Domenzáin, mientras el padrecito tomaba sus mezcales, entrecerrando los párpados, saboreando el licor, uno de los asiduos parroquianos llamado don Juan García, alias El Muerto , compañero de don Teófilo Araujo, le pidió le compusiera una felicitación para darle los días a un su compadre. Casi al instante brilló la llama de la inspiración en el fraile, quien dijo: El Muerto , tu compadre, en este díapor ser de tu natal y de tu santo,resucita, aunque muerto de alegría,trinando en su cajón sencillo canto. Conociendo, pues, el señor cura Saavedra que no podía venir el golpe sino del padre Villaseñor, ocurrió presuroso al convento de San Agustín, y en menos que canta un callo expuso tan discretas razones al Padre Provincial, fray Angel Gasca, que después de la averiguación respectiva y quedando confeso y convicto el padre Villa, fue encerrado en uno de los calabozos como castigo a su enconoso pasquín. Apenas respiraba el agraviado cura Saavedra, cuando pocos días después circulaban entre la gente principal salmantina unas invitaciones para el sermón de las Siete Palabras en el templo de Nuestro Padre San Agustín prometiéndose estar brillante, dada la erudición del padre don Pablo Cárdenas y su reconocido talento. Era éste un sacerdote bajo de cuerpo, hoyoso de viruelas, ejemplarísimo por su conducta, lleno de sagacidad y viveza, que brillaba en los ojos pequeños y movedizos. El pueblo se congregó con marcada anticipación en el santo recinto; los sacerdotes todos de las contiguas iglesias ocupaban los lugares de honor, llenándolos con las damas y caballeros, que tarde se les hacía el ejercicio piadoso, en espera de la ansiada predicación. En el altar mayor se hallaba figurado el Calvario, con el Santo Cristo empalidecido, cubierto de llagas y sangre, y a sus pies la Divina Madre, doloridamente trágica, mientras la mujer del Magadalo, a los pies de la cruz, enjuagaba sus lágrimas con los rizos áureos de sus cabellos, y San Juan, el amigo fiel, oprimía las manos con angustia. El olor del trébol, de la manzanilla y del tornillo formaban un inconfundible perfume de Semana Santa, que se mezclaba al sacro del incienso y a los aromas mundanos de los señorones. Comenzó el rosario, siguieron las oraciones del día y llegó el instante en que el padre Cárdenas abordó el púlpito. Fray Angel Gasca, junto al señor cura Saavedra, restregaba sus manos y comentaba risueño, anticiapándose l satisfacción que sin duda iban a tener. - Hermanos míos -, dijo el padre Cárdenas después del exordio -. La constitución de 1857 es una obra tan señaladamente grande y un monumento de tal valía, que no encuentro frases para elogiarla. Carísimos hermanos, desde el fondo del corazón saludémosla. ¡Viva la Constitución! Aún no acaba de pronunciar estas palabras, levantóse fray Angel, frenético, las manos convulsas, os ojos desorbitados: - En nombre de Dios - dijo -, mando imponer silencio a ese blasfemador que osa ocupar la sagrada cátedra del Espíritu Santo para hacer política. Silencio el majadero y baje luego de ahí. El tumulto que se produjo no fue para menos. Obedeció el predicador y sumiso se llegó ante el superior. La gente permanecía estática y desconcertada, hasta que el señor cura Saavedra, no menos indignado que los demás, dijo: - Todos los fieles pueden retirarse, y perdonen el escándalo que por la poca caridad de ese sacerdote se levan. ¿Qué decidió el lastimado Prior? Sencillamente que el padre fray Pablo Cárdenas fuera a hacerle un poco de compañía en el encierro al padre Villaseñor, pues bien la necesitaba por hallarse, como su compañero, contaminado de herejía; uno se había burlado de la debilidad del señor cura Saavedra y el otro había intentado hacer la apología de la flamante Constitución, tan discutida en aquella época. Un año pasó y, al siguiente, 1859, cantó su primera misa un padre de apellido Gallardo. Al estar en el desayuno de dicha fiesta, que se efectuó en una de las casa del barrio de Santa Ana, fray Angel Gasca fue abordado por varios vecinos caracterizados, quienes le pidieron perdonara a los prisioneros Cárdenas y Villaseñor. Concedió el perdón de muy buen grado y al día siguiente, después de un año de calabozo, salieron de su encierro los susodichos padrecitos, muy escarmentados por su conducta demasiado achinacada, que tanto escándalo habían sabido producir. La mano de la exclaustración hizo desaparecer en el mismo año del 59 estos personajes.