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regreso

La carrosa infernal

Créamelo que es cierto doña Teclita; pues yo lo he visto. 

- No es posible, doña Genoveva. ¿Cómo puede cruzar las calles del pueblo a las altas horas ese coche endemoniado? Sin embargo, le afirmo que muchas personas me cuentan y me cuentan; ¿pero no será nomás tornillo de su fantasía? 

- Pues a mí también me consta - intervino don Simón - y muy retecierto. Que sea espanto, doña Tecla o el mismísimo demonio, ¡Jesús nos asista!, es cosa que no le puedo afirmar; y como mi testimonio, hallará mil en el pueblo; y no solamente, sino hasta personas de absoluto crédito y honorabilidad pueden asegurarlo: ahí está la familia Moreno, que no me dejará mentir: muy entrada la noche, a veces en la madrugada, de pronto rompe el silencio de las tristes callejas el ruido del coche sobre el empedrado. Es un almatroste antiguo, pesado, de muelles resistentes y engranes ruidosos. Va cubierto con camisa de lona, como si estuviera siempre resguardado del polvo y el maltrato, y lo jalan dos mulas grandes; pero lo más curioso es que no lleva quién lo guíe; es decir, carece de cochero, aunque los animales van con las riendas tirantes, como si manos invisibles lo condujeran hacia el Misterio. 

- ¿Y hace mucho que se aparece? - interrogó la vecina. 

- Sí dona Tecla. Este espanto o demonio data de muchos años, después de la exclaustración, allá por el 60. Había en aquel tiempo un chinacote sin escrúpulos, que fue jefe político después, llamado don Cirilo Quiroz, que con Domingo Orozco fueron tremendos. ¡Qué tiempo aquel! ¡Si viera usted cuántas riquezas se perdieron! Dicen que este señor se entretenía en fusilar con su pistolete, en sus ratos de ocio, un cuadro de Cabrera que había en el descanso de la escalera monumental del convento de San Agustín. ¡Imagine usted qué imbécil ¡ y no sólo ese cuadro era bueno, había a montón: en uno de los patios estaba un Víacrucis de extraordinario mérito, debido a una firma colonial. En Guanajuato, en la capilla del colegio del Estado, existe aún la Adoración de los Reyes un óleo que es una joya, debida a José Juárez, igual al de la Academia de San Carlos, y una Biblia políglota, edición incunable, única por su tamaño inmenso, pues extendida abarca casi dos metros, en la Biblioteca del Colegio del Estado, pertenecientes, como digo, a nuestro convento agustiniano. 

- Pero es usted muy sabiondo, don Simón. 

- No, doña Tecla- intervino doña Genoveva -. Mi marido fue estudiante, sino que destripó . 

Pues como le decía: el general don Manuel Doblado se llevó también muchas riquezas en libros y en cuadros; pero principalmente Maximiliano; ese si no tuvo abuela. Figúrese que los Calepinos o Artes para aprender otomí, tarasco y otros idiomas de naturales, fueron a parar hasta Austria, donde deben estar. Enriqueció su palacio con obras del convento. Pues verá usted: se cuenta que Quiroz se dirigió al templo de San Agustín; los frailes se disponían a abandonar su albergue, corridos por la Reforma; el convento se quedaba solo. Fray Angel Gasca, el Padre Provincial, como el capitán de un navío, fue el último que abandonó el claustro. En el templo había la consiguiente agitación: los fieles se apretaban observando los acontecimientos. Pues como digo, Cirilo Quiroz se abrió paso, dirigiéndose al Sagrario, ¡alabado sea Jesús Sacramentado!, y rompió la cerradura sacra, deseando apoderarse de los cálices y los copones de oro; pues sí señora, tuvo el gusto de romper la pequeña puertecita y metió la mano, y, al instante, una mano fuerte e imperiosa la detuvo la diestra pecadora, evitando el desacato. Don Cirilo Quiroz lanzó un grito, con los cabellos erizados, y se retiró prontamente del altar, todo confuso. De ahí comenzó a no ser bueno, como que se hizo paralítico, como que se tirició , algo así. Verá usted: andando el tiempo
después de su muerte, comenzó por oírse ese coche que jalan mulas sin auriga; algunas gentes dicen que después de pasar la calle del Relox . . . 

- ¿Cuál es la calle del Relox, don Simón? 

- La misma del convento, la que ahora se llama de Alberto Soto; en la esquina de la Penitenciaría hubo una escuela que desde tiempo inmemorial la llamaban la Escuela del Rey , y arriba, sobre el muro, un viejo relox que dio el nombre a la calle, ¿sabe usted? 

- Prosiga don Simón, estoy muerta de miedo. 

- Pues verá usted: decía que el coche pasa por la calle del Relox; luego se va al centro, por el Hospital, deteniéndose en la Plaza. Hacia la esquina de la calle Marte, hoy Tomasa Esteves, y precisamente en el lugar en donde estuvo la Jefatura, en lo que fue la puerta de las Casas Consistoriales, se detiene la carroza y baja del interior un hombre embozado en amplia capa negra; dicen que es el alma de don Cirilo Quiroz. Al dejarlo, el coche sigue su misteriosa ruta, toma por Las Tres Caídas , sigue por el Santuario y se pierde a lo lejos. ¿A dónde va? . . . ¡quién lo sabe! Si lo mira, por las dudas póngale la cruz, no vaya a ser el diablo. 

Dos meses después, llegó azorada una mañana, doña Tecla. 

- ¡Ay señor don Simón! ¡Ay doña Genovevita! Hoy en la mañana barría mi calle; estaba la luna muy bella, aclarándolo todo, como que la luz eléctrica se apagó, cuando, ¿ángeles del cielo!, oigo ruido de coche: ¡haiga cosa! Lo que menos me acordaba. Dio vuelta de la primera calle de Tomasa Esteves y lo veo venir por el templo de Las Tres Caídas: el mismo coche, con su eterna cubierta de lona y sus mulas. Como viera que me iba a atropellar, me pegué a la pared y vi, señor, vi el coche, sin cochero, con las riendas tirantes; producía un ruido terrible sobre las piedras. Cerré los ojos, y cuando vuelvo a abrirlos, creyendo ser toda alucinación, veo que se pierde a lo lejos por toda la calle ¿Pero qué es eso, don Simón? ¿Qué indica? ¿Qué es lo que persigue? ¿Es alma en pena, o demonio familiar? 

- Señora, como conseja, es muy antigua, y todos, viejos y muchachos, a veces nos toca ver esa carroza que, en mi opinión, la lleva el diablo, muy flojo o muy indiferente a los humanos, pues tonto deja correr los años malgastados el tiempo que debía emplear mejor en su provecho, ¿no lo cree así, doña Teclita? Y más cuando se tienen ojos tan bellos como o de usted, que no hay quien no envidie a su marido . . . 

LEYENDAS DE GUANAJUATO

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